La legendaria escultora japonesa-peruana vuelve a domesticar el granito en Luces y sombras. Va del 6 de noviembre al 7 de diciembre en La Galería de San Isidro.
Escribe: Czar Gutiérrez
Con tu piedra y tu llama cincelaste en mi pecho algo que no es de este mundo.
(En: El romancero gitano)
1: Ella:
Ella, con una paciencia ritual, eleva un pedazo de piedra y la observa a contraluz: va más allá de lo visible.
Ella no solo enfrenta masas de granito o alabastro: dialoga con la historia secreta de la roca, descifra sus huellas geológicas, los códigos íntimos de su estructura. Alquimista del tiempo, distingue el grano o la matriz que le habla de una roca sedimentaria, las trazas de un pasado volcánico oculto en burbujas esféricas que alguna vez alojaron el aire caliente de un magma incandescente. Cada roca lleva en su seno el eco de un movimiento primigenio, la vibración de la Tierra en sus distintas fases de formación. Y ella, experta en descifrar este lenguaje, recoge con sus manos cada grano, cada textura.
Ella, a veces, interactúa con la dureza del mármol. Le inspira la permanencia de lo pétreo. De lo que resiste y desafía. Otras, los granos microscópicos le sugieren el fluir de lo efímero, lo que escapa al control humano como el tiempo que se diluye en un reloj de arena. Porque, ya se sabe, no todas las rocas son duras y compactas. Algunas se deshacen al roce, como la tiza o el talco. Y revelan una vulnerabilidad que nos remite a la fragilidad humana misma.
Ella observa en cada una de estas características algo más que su utilidad: ve la diversidad de la roca en su ser más profundo, en la intimidad de su plasticidad, cuando se amolda como arcilla al toque del agua. O en su resistencia, impermeable como la caliza o hermética como la arcilla.
Ella percibe las variaciones de cada bloque, de cada poro, de cada vestigio de fosilización. Todos le cuentan una historia que mezcla lo mineral con lo vital, lo sólido con lo fugaz. En algunos de sus bloques hallará una porosidad intergranular que invita a imaginar un pasado sedimentario. En otros, una dureza inexpugnable, como si el tiempo hubiera depositado una voluntad de resistencia.
Porque ella no es solo escultora. Arqueóloga de lo inerte, un espíritu que sabe leer los matices de un guijarro plástico y maleable- O de una roca rígida y resistente como el granito. Y darles sentido.
Así, sus manos desbordan la dureza externa para acceder a esa intimidad pétrea, proceso que transforma el bloque en un ser vivo cargado de las huellas de la naturaleza y del tacto humano, esa danza silenciosa entre la materia y el genio.
2: Susurro mineral:
Desde que el primer ser humano tomó una roca para transformar su entorno, la piedra ha sido la madre de la civilización. Materia prima de la primera herramienta, el mineral ha definido la cultura y el avance humano. Y ella lo sabe en cada golpe de cincel.
Ella es Michiko Aoki, alta dama nacida en el país del Sol naciente hace venerables 81 años. Ella percibe los matices sutiles que emergen de cada bloque de granito: a veces rugoso, a veces de una suavidad aterciopelada. Con sus manos, Michiko convierte cada piedra en historia viva. En una cápsula de millones de años que logra descifrar con un respeto y una minuciosidad ancestral. De las superficies rústicas extrae formas que no son solo contundentes: cargan el eco de tiempos inmemoriales. Cada roca en su taller —alabastro, mármol, granito— es parte de una herencia que sobrepasa su contextura y se interna en los orígenes.
Es como si, al tocar la roca, Michiko convocara la memoria profunda de la Tierra. Un conocimiento incrustado en sílice, feldespato y cuarzo. Porque, claro, los minerales contienen los secretos del cobre y el hierro, del plomo y el estaño, sin esta materia la historia humana habría sido otra. El granito, el cuarzo, la caliza o el mármol no son para ella meros soportes: son fuerzas vivas que respiran, guardianes de un pasado que dialoga en sus talleres de Lima y de Tokyo, donde actualmente está.
Y desde allí me contesta:
“Con Luz y sombra [la muestra que inaugura el 6 de noviembre en La Galería] deseo expresar las dos necesidades imprescindibles para reconocer la belleza de la vida: sin sombra no podemos reconocer la luz. Mi proceso creativo nace durante la elección de la piedra. No voy con una idea preconcebida; es una experiencia sensorial ya que cuando entro en contacto físico con la piedra vislumbro cómo sacar a la luz la belleza interior de la misma. Las dimensiones y espacio logrados y el contraste de luz y sombra generados en cada pieza nos permiten develar la esencia de la naturaleza al anteponernos precisamente ante esa dualidad. Mi intención es crear vida en las huellas que descubro en cada pieza sacando a relucir mi esencia. Las largas caminatas por el bosque durante mi niñez en la ribera de ríos y la orilla del mar e, indudablemente, mi contacto físico con las piedras, han sido los grandes maestros de mi vida”.
3: De lo inerte a lo sublime:
Y es en este diálogo con la piedra donde Michiko revela su arte único. El peso y la dureza de cada bloque le susurran el tipo de figura que yace dormida. Unas veces será una forma sólida, monumental, de una potencia contenida. Otras, como en el alabastro, su transparencia le permitirá capturar una ligereza etérea. La artista se mueve con una destreza y un dominio que solo los años y el espíritu otorgan. La minería no le interesa por su potencial físico, sino por la historia y la emoción que contienen. No trabaja con minerales industriales o menas ornamentales, trabaja con fragmentos de memoria terrestre que cuentan historias.
Desde 1974, sus esculturas han cruzado continentes, desde Japón hasta Canadá, de Estados Unidos a Argentina, con la misma fascinación que despierta una pieza fósil que alguna vez fue instrumento de sobrevivencia. En una de sus obras más célebre, Encuentro (2017), Michiko talló un bloque de Huamanga hasta dejarlo en un insólito contraste: la parte externa, áspera, muestra las cicatrices de la piedra tal como fue extraída. En el interior, una pulida perfección revela un núcleo insospechado, como si la dureza inicial fuera una cáscara que atesorara lo sublime.
En su próxima muestra, Luz y sombra, cada piedra ha sido elegida para un juego de claridades y opacidades. De reflejos y sombras. Con materiales que ella misma seleccionó en ignotas canteras andinas, la sencillez de las formas contrasta con la solidez del material, en una tensión visual que desafía tanto la gravedad como el equilibrio de lo imposible. Porque para Michiko Aoki, el bloque es mucho más que una pieza estática. Es un fragmento de tiempo y espacio que sus manos convierten en un ser vivo, en un ente palpitante que la pulcritud de su técnica transforma. Pero, en realidad, su arte ocurre en la interacción entre sus manos y la materia: Piedra en silencio puro.
Lugar: La Galería.
Dirección: Conde de la Monclova 255 – San Isidro.
Fechas: Del 6 de noviembre al 7 de diciembre.
Horario: De lunes a viernes de 11 a 7 p.m. y sábados de 3 a 7 p.m.
Ingreso: Libre.
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