En su bitácora 'Mientras tanto en el mundo del arte', Ramiro Llona viaja a los años setenta, una época donde la litografía sobre piedras pulidas aún reinaba en el mundo del arte.
En esos años, principios de los 70, todavía podíamos hacer litografia sobre piedras pulidas. La técnica ha ido variando --de pronto podríamos decir que se ha desnaturalizado-- y ahora se trabaja en planchas de metal o en láminas plásticas y después se transfiere la información a una plancha de metal sensibilizada para recibir la imagen. Ya no es lo mismo. La piedra litográfica, así fuese pequeña, siempre era monumental.
En la Escuela tuvimos excelentes profesores, como Jorge Ara y Alberto Agapito. En una época enseñó Victor Femenias, un grabador chileno muy bueno de la escuela de Vladimir Velicovic. Víctor era un personaje inmenso, de talla y de carácter. Un personaje interesante y muy contradictorio.
Después, buscando información y leyendo, ya en la época del internet, uno se enteraría que era un facho pinochetista homofóbico consumado. Pero para nosotros fue un gran profesor.
Vivíamos épocas de escasez y los materiales no abundaban. Víctor, que venía de trabajar años en Estados Unisdoos, observaba con admiración y asombro como Ara y Agapito inventaban lo que no existía usando lo que tenían a la mano.
El grabado es un mundo aparte. En esas épocas era en blanco y negro principalmente y nos parecía que estábamos trabajando con lo que era esencial en nuestra búsqueda personal.
?Cómo lográbamos avanzar en la consolidación de un lenguaje trabajando en planchas de cobre y piedras calizas pulidas, con buriles y barras negras grasosas? Parecía una dificultad mayor, cuesta arriba, buscando “el hueso del gesto”.
Recuerdo los talleres en la semi oscuridad y nosotros con las manos y las uñas negras de tinta, como si viviésemos en una maquina. Había algo de heroico en el intento.
A mí me gustaba entrarle al trabajo con la pata en alto. Si era la plancha de cobre de arranque, le hacía una profunda cicatriz con el buril, como quien le pierde el miedo al vacío, y de ahí empezaba.
Si era la piedra, igual le hacía una grieta con la rasqueta, una especie de cuchillo con tres bordes. El profesor Agapito me veía destrozar la superficie de la piedra y me decía: está bien, pero después tú la pules hasta dejarla impecable. Eso significaba horas de trabajo.
Por alguna extraña razón el grabado se consideraba un género menor, quizás por el asunto de las copias que pueden llegar a ser cientos. Siempre pensé que había que trabajar la lámina de metal o la piedra buscando una imagen que fuese única. Lo de las ediciones venía después y no interesaba tanto.
Más que un hermano menor en mi trabajo, el grabado, tanto como el dibujo, es la posibilidad de limpiar todo y quedarse con lo que estructura la propuesta, genera la imagen y organiza el espacio. Después viene todo lo demás.
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