Satírico implacable y bestia negra de la burguesía limeña, Rafo León escoge Arequipa para su primera individual. Aire de familia se inaugura el 26 de setiembre en la Alianza Francesa de esa ciudad.
Escribe: Czar Gutiérrez
De sustancia no convencional, opcionalmente primitivo y emocionalmente crudo. De expresiones espontáneas, viscerales y a menudo introspectivas, el intimismo que genera su pincel —tonos sombríos, ambientes ruinosos, despojo emocional— busca el impacto menos por su virtuosismo técnico que por su capacidad de perturbar: el color se va eliminando hasta dejar solo lo esencial, lo emocionalmente auténtico. Un cuchillo tocando el hueso, que así es como las cosas se vuelven interesantes.
Son veinticuatro pinturas, desde el 2019 las ha venido trabajando en formato mediano básicamente con acrílico y pasteles, secos y grasos. Predominan los colores puros y las mezclas elementales. “No arriesgo mucho en el color porque soy severamente daltónico y, antes que temerle a la proliferación cromática incoherente, le huyo a ciertos resultados que no podría controlar: verdes sucios, marrones aguados, grises insípidos”, dice.
Es Rafo León (Lima, 1950), el cáustico y venenoso y punzocortante perpetrador de creaturas como Caín, Pepe del Salto Cadbury o Lorena de Altagracia Juana Leonor Tudela de Albornoz y Loveday López de Romaña, la China Tudela para los amigos. “Al comienzo me costaba mucho comenzar a aplicar color, por miedo, pero empecé a hacer mío el consejo que hace décadas me dio la gran Cristina Gálvez, con quien estuve dos años en la década de los ochenta: “En lugar de reprimirte por el daltonismo, déjalo salir, verás que construirás tu propia clave cromática”.
Ese caos cromático podría ser solo otra forma de orden: tu daltonismo como liberación antes que limitación. ¿O no?
El daltonismo —discromía, en lenguaje fino— no es una condición que se elija, uno nace así, con distintos grados de confusión y por cierto, de aislamiento. Quiero decir, el caos cromático que puedes encontrar en algunos de mis cuadros puede ser limitante o liberador según el ojo del espectador, no de mi ojo puesto que yo no sé lo que estoy haciendo al elegir poner un color u otro. En ese sentido, el daltonismo impone una barrera infranqueable entre el creador y el espectador, te obliga a no ser necesariamente concesivo. Tu pregunta es pertinente en relación a algo que me dijo Cristina Gálvez en una deliciosa conversación llena de humo de Gitanes que tuvimos alguna vez: “Haz de tu daltonismo una clave, nunca una desventaja”. Ello ha significado en mi proceso que la preocupación por estar haciendo las cosas bien o mal, se desvanezca puesto que yo solo puedo aplicar el color que encuentro a la mano, haciéndolo con más ganas todavía. Vista las cosas así, todo intento de introducirme en las pautas de la teoría del color, caen en saco roto. Desde luego, mis maestros me han ayudado mucho, no a superar el daltonismo (algo imposible) sino al menos a poner un poco de orden en las relaciones entre los colores y al momento de formular mezclas.
¿La belleza convencional es simplemente pereza visual? ¿Una trampa para mentes poco audaces?
A ver, entre el canon estético de Miss Universo y el de Chibolín, yo me quedo con el segundo. Las Barbies, los Kens, las parisinas endomingadas de Renoir, muchos de los paisajes holandeses del siglo XIX, las damas narcotizadas de Baca Flor, las composiciones de Miró, las gélidas nórdicas de Tamara de Lempicka, son lo que ves, no hay mucho más detrás. En ese sentido esa belleza es adjetiva, no sustantiva: “¡qué lindo!”. La armonía, el equilibrio, la gracia, son en este mundo, en este momento, bisutería. Me alucina ver cómo hay artistas – muchos de ellos buenos- que se promocionan en las redes sociales poniendo con photoshop sus cuadros enmarcados como parte de una decoración de sofá blanco y mesa ratona. Visto así, el mercado dominante del arte tiene que ser castrador para el creador y complaciente para el cliente. Estamos hablando de un viejísimo dilema, que ahora cobra nuevo sentido, con la corrección política y las presiones de la indignación: “el arte para qué”. Yo no milito en absoluto en el arte por una causa social o política sobre todo porque esa causa no está tallada en piedra en mi cabeza. Pero cuando veo las obras del grupo Die Brucke, realizadas en un contexto dominado por la decadencia y la indecencia (los prolegómenos del Tercer Reich), allí encuentro respuestas. El camino no es para mí Guayasamín y su pathos; para mí no hay otro camino que el de una sensibilidad que pueda expresar el nivel más hondo de la realidad, lo escondido, mediante el truco del humor, la sátira, el descaro y hasta la grosería; en lugar de la obviedad vicaria del retrato de la injusticia. Pero ojo, adoro a Daumier y a Kate Hollwitz.
¿Qué es el curanderismo para ti? ¿Terapia espiritual o, en el fondo, escape romántico hacia una forma de sabiduría arcaica, lejos de las banalidades del arte contemporáneo?
Ni una cosa ni la otra. Por el lado paterno mi familia es norteña, de San Pedro de Lloc, tierra de curanderos. Tengo recuerdos muy antiguos de conversaciones entre las tías y sus muchachas sobre los enganches, los amarres, los daños, las curaciones, las limpias y los florecimientos a los que asistía “la gente del pueblo”, pero que en realidad también eran prácticas de los patrones, solo que clandestinas. El antropólogo australiano Michael Taussig ha estudiado en profundidad el curanderismo en el piedemonte de Caquetá, en Colombia. Taussig sostiene que entre la clase blanca terrateniente de la zona se da una ambivalencia muy grande frente al curanderismo. Por un lado, desprecian la práctica porque la consideran primitiva y sucia; pero al mismo tiempo sienten envidia y avidez por adentrarse en un mundo terapéutico que no aparece en sus lugares habituales y, por tanto, no lo van a obtener. En mi experiencia, el curanderismo norteño es un camino para tratar de construir (o restaurar) fuerzas existenciales esenciales para la sobrevivencia, y que han sido melladas por ciertos desequilibrios o simplemente no llegaron cuando debieron haber llegado. Me refiero a la energía vital, a la alegría del corazón, al amor materno, a los soportes de la masculinidad, a la nutrición del alma. Un buen maestro curandero hace maravillas en ese terreno porque él es portador de esas energías. Gran diferencia con la medicina alopática y el psicoanálisis, donde la entidad del sanador es indiferente al proceso. Taussig también se burla de las variantes new age en boga, que pretenden desarrollar el ascenso espiritual curanderil pero en espacios impolutos, desde el yoga hasta las flores de Bach. La realidad de una mesa de curandero de a verdad por el contrario es escatológica, se da en ambientes rurales duros, entre vómitos y cagadas sobre piso de tierra; el maestro se eleva al plano de los ángeles mientras las gallinas corretean entre sus pacientes. Otra vez, Czar, el contraste entre la belleza clásica, y la verdad verdadera.
Dices que "no querías exponer". ¿Es realmente una resistencia noble al sistema o, siendo francos, un temor a ser devorado por él?
No me gusta mucho la idea de exponer en primer lugar por la cantidad de trabajo que ello demanda, desde el transporte de las piezas, el seguro, el catering, las relaciones públicas y el esfuerzo de ganar prensa. Si tuviera un ejército de súbditos dedicados a eso, produciría muchas exposiciones, pero no es el caso. Luego, hacer público tu trabajo en arte inevitablemente te vincula con los círculos especializados y familiarizados con esas prácticas en toda sociedad. Eso a mí me angustia, menos por el temor a la crítica que por el esfuerzo que hay que hacer para pertenecer o no a esos conclaves, por defenderte. La gente en principio me genera temor, eso que se llama “fobia social”. Pero no niego que me gustaría ser devorado por el establishment si ello me significara, como a muchos artistas, éxito económico sin críticas negativas. La alquimia de la dicha.
Sagaz cronista de viajes, guía de costa y sierra, antiguía del centro de Lima, escritor de ficciones desopilantes y algunas otras fricciones de insidiosa ternura, Rafo León siempre tuvo debilidad por la plástica. Pero será a raíz de la abrupta cancelación de su programa de viajes en la televisión que opta por agarrar el pincel y enfrentarse valientemente al caballete. Desde entonces el sobrino de Martín Adán, primer héroe maldito de la literatura nacional, pasa todo el día en su taller, devorado por colores, subsumido entre chisguetes. Y reconoce perfectamente su falta de formación académica, sobre todo en el dibujo.
“El dibujo es una de las áreas que más trabajo desde que comencé, y lo he hecho con mis sucesivos maestros: Daniel Peña, Gino Ceccarelli, Bernardo Barreto; y ahora, con mucha satisfacción, con Alejandro Alcázar. Harto tiempo atrás tomé clases con Salvador Velarde y con Polanco, pero no disponía del tiempo suficiente y lamentablemente las tuve que dejar. Cristina Gálvez me ayudó mucho con el dibujo, sobre todo a cuadrar la figura humana, a estructurarla, a evitar su caída, a darle esquema a lo que después podría ser una piel”, señala.
¿Cómo reconcilias la crudeza de tus imágenes "casi orgiásticas" con el rigor técnico que le das al dibujo? ¿O acaso es precisamente esa tensión lo que mantiene viva tu obra?
Me alegra que veas rigor técnico en mi dibujo; es precisamente en el dibujo donde más resiento la falta de una rigurosa formación académica. Cuando no dibujas bien, la tentación de hacer manchones y trazos gruesos “expresionistas” es grande, tengo que defenderme de eso. No sabría decirte si hay la tensión que mencionas en mi pintura. Hay que tener en cuenta que yo pinto desde hace siete años, no más, y sin academia. Ello es causa de que mi primera muestra individual, la de Arequipa, sea también un recorrido por un proceso de aprendizaje en el que encontrarás diversas versiones de la imperfección, pero también intentos por mejorar técnicamente en composición, en anatomía e, incluso, en la aplicación del color. Mi tensión, en realidad, se da entre lo que me impulsa a pintar y lo que debo perfeccionar.
Cuando hablas del "conceptualismo" como una "cosa rara", ¿crees que los conceptos matan el alma del arte o solo excluyen a quienes no tienen nada que decir más allá de una técnica depurada?
Estoy generalizando cuando menciono el conceptualismo; en realidad, estoy caricaturizando al reducir algo tan complejo como el conceptualismo al arte de crear ingenio renunciando deliberadamente a la búsqueda de calidad formal, en nombre de una gran idea. Lo que pasa es que no soy de los que al ingresar a una galería, se detiene a leer el texto curatorial. Es que para mí el arte es inmanente, se tiene que explicar por sí mismo. Si una muestra o una obra necesitan que otro –un curador- devele su sentido ante el espectador, es que hay algo que está fallando. La adhesión a una idea (un “concepto”) exterior a la obra no garantiza nada, menos si está plasmada en la pared de la galería. Cuando pienso en estas cosas me viene a la mente el caso de un magnífico artista peruano, perteneciente a la generación del 50, Siegfred Laske, injustamente ignorado en nuestro medio. Laske, un lobo estepario, era militante del Partido Comunista pero como vivía en Pucusana, pintó los más espléndidos pelícanos que uno podría imaginar, y creó una paleta basada en la vibración. ¿Y dónde quedó el Materialismo Dialéctico? Vaya usted a saber, Laske al menos no intentó ningún experimento cucufato ideológicamente. En el “conceptualismo”, me parece interesantísimo el trabajo de Paucar, lo mismo que el de Ishmael Randall, pero por lo que vale en sí mismo dentro de la más privada relación entre esas obras y mi percepción. Sin la intromisión de ideas ni preceptos externos.
En la figura del burgués coleccionista de antigüedades peruanas, ¿hay una autocrítica encubierta, una carcajada chinatudelesca hacia tus propios círculos?
Desde hace ya varias décadas yo me gano los frijoles también produciendo y editando libros de mesa, libros coffee table que como el nombre lo indica, terminan colocados en la mesa de centro de una sala y son por lo general promovidos por empresas. He trabajado muchas veces en eso y he obtenido harta satisfacción, aparte del dinero: me gusta mucho ese trabajo. Pero también he encontrado verdaderas perlas sobre lo que es el Perú en mi relación con ciertos clientes, representantes de las empresas que auspician proyectos editoriales de ese tipo. Quieren hacer libros para mostrar “las riquezas del Perú”; pero en este caso “riqueza” es todo aquello que es antiguo y que no se mueve: tejidos precolombinos, huacos, queros, piedra de Huamanga, platería, arte virreinal, sitios arqueológicos. Pero atrévete a poner fotografías de personas de carne y hueso, seres del presente, gentes que viven en las zonas donde surgen esas “riquezas”, y te meterás en problemas porque te saliste del museo. En más de una ocasión me han pedido que retire imágenes de faenas agrícolas andinas porque “parecen senderistas”, y una vez asistí al soponcio de un gerente ante la foto de una chichería cusqueña en la que los cuyes caminaban entre los pies de la chichera, “¡borren a esas ratas!”. El coleccionismo de piezas peruanas de la estirpe de Enrico Poli está aún adherido al concepto que manejaban muchos de los viajeros europeos que recalaban por acá en la segunda mitad del XIX y se llevaban enormes cantidades de lo que en se entonces se denominaban “antigüedades”. Basta leer el (magnífico) libro de Charles Wiener, Perú y Bolivia, para encontrar la desfachatez con la que el autor hace referencia, por ejemplo, a la depredación brutal de la necrópolis de Ancón por su parte y las de sus amigos hacendados de la zona, que buscaban solo metales para venderlos en Estados Unidos o Inglaterra. Lo demás, basura.
Tu pluma dejó suficientemente claro que la obsesión de la burguesía limeña por el linaje y la pureza es solo una extensión moderna del sistema colonial de castas. ¿Otra forma de rebelarte es a través de una obra pictórica que reivindica lo "feo"?
Efectivamente, vengo de las letras, de durante cincuenta años haber intentado hacer sátira social y política escrita e impresa en papel. No estoy particularmente orgulloso con el balance de esa obra, creo que me dejé llevar demasiado por la Primera Tesis Ferrando: “lo que le gusta a la gente”, pero ese es otro tema. Ahora bien, mi pintura inevitablemente está ligada con esa larga trayectoria y en mis cuadros narro hechos, situaciones, historias, para espanto de mis amigos de Artes Plásticas de la Católica, que tienen prohibido el relato en la pintura. Y muchas de esas historias están seguramente vinculadas a esa obsesión por desnudar a la burguesía limeña que, en efecto, es enteramente tributaria del sistema virreinal de castas. Oponer “lo feo” a ese mundo “lindo” es una interesante tarea. Otra vez, lo sustantivo contra lo adjetivo. Claro, una consecuencia de ello es que mis cuadros no se vendan, por feos, porque no le van al sofá blanco o porque habiendo tanta cosa preciosa, para qué voy a poner a un chuncho soplándole agua florida en la cara a un paciente andino.
Entonces, todo este "pésimo gusto" y algo grotesco, ¿sería un homenaje irónico a la tradición limeña de ocultar lo feo bajo capas de colonialismo y privilegios? ¿Es tu propia versión del art brut un grito desde las cloacas de esa herencia?
Mi interés por lo grotesco no está en la ruta de Bajtín, cuando reivindica lo que de sensual y vitalista hay en el pantagruelismo de las prácticas callejeras populares, el circo, el cabaret. La tradición limeña no tiene sustancia, es una hojarasca construida básicamente por prejuicios y alimentada por el consumo, algo ya desbordado entre nosotros desde hace tiempo. La tradición limeña. Como mucho, da para la joda y el chiste, porque es ignorante, bruta e irrespetuosa. Cuando en una entrevista los de Monos y Monadas le planteamos ese tema a Cristina Gálvez, ella respondió sin tapujos: “Yo destruiría”. Por supuesto, no se refería a matar a nadie ni a demoler casas sino a desahuevar (también a través del arte) a una clase social que habiendo recibido lo mejor posible en todo sentido, persiste en la estulticia, el racismo, el clasismo y la cucufatería.
Tu decisión final de dedicarte a la pintura, ¿es un acto de valentía o de resignación?
Te soy sincero, he entrado a la pintura con la plena conciencia de que esta decisión significativa será la última que tome en mi vida. Tengo 73 años, la Magdalena ya no está para tafetanes. Lo único que puedo añadir a la respuesta es que a la alternativa de quedarme en mi casa sentado en un sillón, mirando series con un vaso de vodka en la mano, opongo con felicidad y lucidez la rutina de caminar 25 cuadras de mi casa a mi taller, todos los días, con mi lonchera en una mochila, decidido a pasarme varias horas enclaustrado, solo, pintando, dibujando pero también leyendo, algo que puedo hacer porque en el taller no tengo televisión. Sostener que de esto surge arte, bueno o malo, tiene otro precio.
El principio del amor fati que mencionas, ¿es una rendición ante el destino o un grito de desafío ante lo inevitable?
La locución latina amor fati, atribuida a Marco Aurelio, se traduce literalmente como “amor al destino”. Pero es algo mucho más complejo que eso. Es combinar el apego al presente con el aprecio por lo que te ha tocado en el reparto de la vida. Se trata de poner el pecho, como me dijo una amiga, sin pensar en la calidad de las municiones que te van a llegar. Flechas envenenadas, flores, balas, succiones de colibrí, serpentinas, cañonazos. Es un tema de fidelidad a lo que te tiene vivo, aunque no lo hayas elegido.
La China Tudela ha ido a la inauguración de tu muestra en Arequipa con sus amigas Tati López de Romaña Michelsen y Maripi Ricketts de Rey de Castro. Se acerca Plus TV a pedirle sus declaraciones. La China dice lo siguiente:
“He visto en el camino, entre el aeropuerto y el hotel, que desde que llegó Saga a Arequipa los cholos se ven regios…”.
Aire de familia
Pinturas de Rafo León
Alianza Francesa de Arequipa (Santa Catalina 208)
Del 26 de septiembre al 12 de octubre
Curaduría: Rosa Neira Pophillat
Fotos: César de María.
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