Espejos de una humanidad perdida de Rafael Pascuale
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A través de cuerpos sin rostro y escenas de tensión, el artista explora la fragilidad, la fe y la violencia desde una mirada barroca. Su obra invita a cuestionar la identidad, lo divino y los límites de lo humano.
Por Leyla Aboudayeh

¿Qué te motivó a retomar las composiciones iconográficas del barroco para reinterpretar temas religiosos y míticos?
Encontré en estos artistas algo que yo buscaba hace mucho tiempo: la capacidad de representar la carne, la fragilidad y la conexión con la muerte. En estos pintores, así como los que pertenecen al tenebrismo barroco de España, Italia, Flandes y Holanda, hallé algo que me cautivó, me intrigó y que me atrajo; esa necesidad por recrear el cuerpo de la manera más cruda y llevarlo al límite.
Yo ya había iniciado una búsqueda por entender mi propia fragilidad, recuerdo que en esa época estudiaba los cuerpos enfermos y en situaciones extremas, que observaba en hospitales y libros de medicina. A veces iba a las salas de emergencia a dibujar a las personas en terribles situaciones, y no como un morbo, sino porque me veía reflejado en ellos; yo he estado en esas situaciones muchas veces en mi vida, y tenía que encontrar respuestas. Supongo que lo hice para entender mi propia fragilidad.
Soy asmático desde que tengo 6 meses de edad y he pasado mucho tiempo de mi vida en el hospital internado, sé lo que es estar al borde de la muerte constantemente, pero también he tenido momentos en los que me enfrenté a la muerte a lo largo de mi vida. La que más me marcó fue cuando, por un accidente, casi termino desfigurado, casi pierdo la nariz y lo primero que hice fue correr al baño para verme así, sin identidad, casi sin rostro. Felizmente los doctores pudieron salvarla, pero cuando yacía postrado en la cama, sin poder moverme, comprendí lo frágil que era mi cuerpo, cómo en un instante todo puede acabar, y sobre todo lo frágil que es el concepto de identidad física.
Ya con los años e investigación hallé en la pintura barroca una salida y una forma de hablar de todo esto, pude encontrar en las imágenes una forma de salvación psíquica, ya que entender su compleja forma de representación crea el camino que me lleva a entender quién soy, qué soy y por qué estoy aquí.

En tus obras, los cuerpos aparecen sin rostro, con múltiples extremidades. ¿Qué busca esa eliminación de la identidad individual?
Eliminar la identidad de mis “personajes” proviene de una búsqueda por ir más allá de lo físico, de lo perecible, de lo frágil, ya que la idea de quiénes somos es solo un espejismo, es algo que se encuentra en el exterior, algo que está preconstruido, algo manufacturado, algo aprendido.
Al carecer de identidad, solo nos queda ser carne, solo nos queda ser masa, ser algo que divaga por el mundo, un ente que solo existe para los demás, un ente colectivo.
Intento con esto hacer entender que somos más que nuestro ser físico, somos más que nuestra carne. Tal vez al comprender esto logre construir el camino hacia el proceso de individuación, un encuentro con nuestro verdadero yo, una búsqueda hacia nuestro subconsciente, donde al enfrentarnos a nuestra incapacidad de controlar quiénes somos superficialmente solo nos quede mirar hacia adentro, un lugar intangible, donde las leyes del universo no existen y donde solo nos queda matar al ego para renacer como alguien nuevo, alguien más sabio, alguien más completo.
Has dicho que la figura del Verbo Divino se disuelve en una masa de cuerpos. ¿Qué reflexión planteas sobre lo religioso y lo humano en este gesto?
Las representaciones religiosas poseen símbolos humanos esenciales que, mediante sus metáforas, trascienden la experiencia humana y se convierten en hitos necesarios para el desarrollo de la identidad de los que creen en estos preceptos. Ahora, todas las formas de representación religiosa provienen de una amplia base de elementos mitológicos dados a través de la historia humana, lo cual hace que comprendamos que el ser humano necesita de estos para poder lidiar con los misterios brindados por la naturaleza y la experiencia de vida.
Estos elementos son necesarios para descifrar las dudas, que se traducen en creaciones provenientes del imaginario colectivo, utilizado desde los inicios de la civilización para ilustrar las características del entorno.
La imagen poseía una fuerza indiscutible, una capacidad de transformar vidas y devolverle la fe al que las presenciara. Hoy por hoy, la imagen sigue poseyendo este poder, pero la divinidad ya no se encuentra en lo mitológico, sino que se ha creado una pseudo divinidad del individuo y su desproporcionado ego.
Esta sobrevaloración de la identidad construida, paradójicamente, por el mismo individuo, conserva la búsqueda por comprender los misterios esenciales de la humanidad, pero ha intercambiado lo divino (mitológico) por lo mundano, reflejándose el hombre en elementos externos que son manufacturados, manipulados y convertidos en una mera imagen e ilusión mercantilista.
No somos usuarios ni números, pero tampoco somos algo divino, somos seres complejos con falencias, pero sobre todo con una tarea de reflexionar y encontrarnos no solamente en el plano colectivo sino en los compartimentos más profundos de nuestro ser.
En “Masacre” hablas de violencia y de la desvalorización del cuerpo. ¿Cómo se relaciona esta obra con la guerra y la coyuntura actual?
“Masacre” evidencia la coyuntura bélica actual pero no solo como una representación de lo que sucede en el mundo, sino que procura mostrarnos la magnitud de las capacidades bélicas humanas a lo largo de la historia, al representar al ser humano en su más violenta y desalmada faceta.
Esta obra nos encuentra cara a cara con una esfera perversa y sádica del ser, nos da un vistazo a la capacidad que poseemos de infringir daño deshumanizando al prójimo y nos abre la puerta a tratar de comprender por qué somos proclives a la violencia.
Al pretender hallar una respuesta sobre la guerra y por qué esta se da, creo que es importante también analizarla en sus distintos aspectos psicológicos, históricos y sociológicos, pero, sobre todo, creo que es sustancial entender y analizar a profundidad al individuo.
Creo que con “Masacre” intento buscar respuestas a esto adentrándome en el análisis del individuo y cómo este actúa cuando no existe nada que impida que su lado más primitivo salga a la luz y se descontrole. Es un escenario donde la persona deja su individualidad de lado y se transforma en un ser colectivo, alguien que carece de razonamiento y solo se evoca completamente a una causa, a un dogma, o una idea.
Comprender la complejidad de la guerra, su historia, las repercusiones que estas tuvieron en la sociedad y sobre todo a los individuos que fueron parte de éstas (víctimas y victimarios) nos llevará a un entendimiento de nuestras propias capacidades como seres humanos y espero, mediante esto, no repetir estas atrocidades.

¿Qué procesos técnicos empleas para lograr los fondos negros y la atmósfera dramática de tus pinturas?
Dentro de la investigación técnica que he realizado a través de los años he podido recopilar distintas formas de aproximarme a la pintura, muchas de ellas sacadas de formas de pintar del siglo XVII.
Al inicio me concentré en las técnicas del barroco italiano, la construcción del “ground” o base primaria que le da una textura al lienzo parecida al cuero o la madera; esta se logra mezclando carbonato cálcico, que es una especie de tiza, con aceite de linaza y tierra de color.
Luego, la aproximación pictórica inicial se da realizando el dibujo preliminar y pintando las formas volumétricas con la técnica del “boteggiando” o “scumbling”, la cual era usada por pintores como Caravaggio o José de Ribera, que consta en expandir la pintura al óleo blanco hasta lograr, mediante las pinceladas controladas y direccionadas, dar la ilusión de volumen en la carnación.
Ya luego de construir toda la masa pictórica me dedico a usar técnicas de pintores como Van Dyck, lo cual emplea múltiples capas de veladuras de óleo transparente; estas se superponen una y otra vez hasta dar con texturas o sensaciones como la de piel transparente, espacios enrojecidos o piel verdosa.
El fondo negro se logra pintando varias capas de negro de marfil o de humo intenso, y cuando este se encuentra totalmente seco se colocan capas delgadas de color azul o verde transparente, todo dependiendo de la temperatura o el subtono al cual quiero llegar.
Recreando y amalgamando estas técnicas puedo lograr una intensa y diversa gama de formas y tonos de piel, de carne, lo cual, finalmente, ayuda a que los conceptos que rodean mi obra puedan tener una profunda fuerza, una intensidad que solo el conocimiento recopilado por siglos de experiencia humana puede lograr poseer.
¿Cómo dialoga la tradición barroca con los lenguajes contemporáneos en tu trabajo?
Creo que los elementos más llamativos de la pintura barroca yacen en la intensa fuerza que proviene de las imágenes. Esa atracción gravitacional que poseen las grandes y maravillosas piezas de arte encontradas en las iglesias y museos.
Esto, creo yo, es importante en el arte contemporáneo porque tiene la necesidad de transportar al espectador a otro lugar, a sacarlo de su zona de confort o simplemente a generarle dudas que solo con la introspección o la investigación de los temas mostrados en las obras puede lograr descifrar.
En un mundo donde la digitalización es lo más importante, el arte nos saca de este plano superficial alterno, nos pone los pies sobre la tierra y nos hace volver a sentir que lo tangible, lo que se encuentra delante de nosotros, puede mover los cimientos de nuestro más profundo ser.
He visto esto, he sido testigo de cómo artistas alrededor del mundo poseen ese impulso, esa necesidad por regresarnos a la realidad. Lo hacen de diversas formas: escultura, pintura, instalación, fotografía, todas con el propósito de sacarnos del monótono y agobiante día a día, de devolvernos nuestra humanidad perdida en lo mundano.
¿Qué tipo de reacción esperas provocar en el público al enfrentarse a tus escenas fragmentadas y violentas?
Yo espero crear un espacio de reflexión, un lugar meditativo, donde la introspección sea lo primordial.
Gracias a la gran museología del equipo del MAC y a la curaduría de Ramón Mujica, creo que hemos podido lograr una ambientación que sea capaz de sumergirte en el espacio; hay un sonido ambiental de fondo que potencia la experiencia de enfrentarte a estas gigantescas pinturas al óleo.
Espero que el espectador pueda usar este espacio para reflexionar, que tome una pausa y genere preguntas sobre la imagen, los símbolos y significados de estas. Que al hallarse frente a las pinturas se vean envueltos en ellas y que se pregunten el porqué de estas y consigan, mediante la autoexploración, llevarse un poco de esta muestra a casa.

Espejos de una humanidad perdida
Rafael Pascuale
Hasta el 25 de mayo, en el Museo de Arte Contemporáneo de Lima (Av. Miguel Grau 1511, Barranco).
Horario: de martes a domingo de 10:00 a.m. a 7:00 p.m.
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