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  • Foto del escritorRamiro Llona

El hombre que espera

La historia del epónimo claroscuro goyesco, dramático y, acaso, un velado autorretrato: he aquí la nueva entrega de Ramiro Llona.



El hombre que espera | Ramiro Llona

Hoy me trajeron esta pintura de hace cincuenta años para autentificarla. Claro que sí, le comenté a la persona que la trajo. Recuerdo muy bien cuando la pinté en el taller que tenía en la calle Atahualpa en Miraflores. Me había apropiado de un par de habitaciones en la casa de mi abuela, casa en la que crecí y viví hasta los catorce años.


Estaba ya en los años finales de la Escuela. Te daban un taller pequeño y te lanzabas a pintar como si no existiese el mañana; se suponía en todo caso que sería así. Después de trabajar cuatro años rodeado, acompañado, estimulado por tus compañeros, de pronto estabas encerrado en un espacio de 2 x 3 metros. Solo tú, tus óleos, tus pinceles, tus telas, tus papeles para dibujar.


La situación era ideal, solo que muchas veces era demasiado ideal y el paraíso que era la Escuela se te metía al taller. El trabajo se postergaba, las rutinas se desordenaban. Después de un par de meses de tratar de trabajar fui donde Winternitz, que era el director de la Escuela, y le dije que no podía más, que me iba a conseguir un taller fuera de la Escuela porque lo que yo quería era pintar. Su negativa fue rotunda. Pasaron dos meses más y la situación no solo no mejoró sino que se puso peor. Los talleres eran todo menos lugares de trabajo. La música escapaba por las ventanas y el amor hacía vibrar las estructuras de eternit.


Me fui “así me boten de la Escuela” y me instalé en casa de mi abuela. Me puse a trabajar con muchas ganas. Al principio no fue fácil trabajar solo. Recuerdo que me hice un gráfico y lo pegué en la pared para tener a la vista las horas que trabajaba y minuciosamente anotaba cada día. Fueron épocas de mucha labor y producción. Al final de año, para los exámenes, contrataba un camión y llegaba a la Escuela con más de cincuenta pinturas. Me perdonaron el haberme ido a esa especie de exilio voluntario y los cuatro semestres de taller saqué muy buenas notas, de 18 para arriba.


El cuadro de la foto, El hombre que espera, es de esa época. Un claroscuro goyesco cargado de drama, pienso que es una forma de autorretrato. La actitud era la misma, siempre pintando con riesgo, al borde del abismo. El lenguaje ha cambiado, pero uno sigue siendo El hombre que espera. Seguro esperamos otras cosas, distintas, pero igual de urgentes.


Lo que sucede en la pintura es infinito, inconmensurable, no termina nunca, es un buen lugar para estar. El buen lugar.



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