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Foto del escritorGustavo Buntinx

El atisbo de dios (*)

Actualizado: 19 sept

En este solsticio austral, en este Inti Raymi, en este amarrar del sol, MICROMUSEO selecciona como su Pieza del Mes un video hipnótico que captura al taumatúrgico Moebius Display de Martín Bonadeo.


Una de las creaciones más sugestivas de nuestro arte todo. Arcaico y (post)moderno.


A continuación, los párrafos pertinentes del texto de Gustavo Buntinx que así lo argumentaba en “Contra el sistema binario”: un largo ensayo concebido hace catorce años para Alba mágica MMX, el primero de los varios libros que recopilan y prolongan las elevaciones artísticas de Bonadeo.


Su obra ascensional, atemporal, pero esencial para nuestros angustiados —nuestros desangelados— tiempos.


Sin Dios.




Escribe: Gustavo Buntinx


  

La culminante instalación Moebius Display, de Martín Bonadeo, corre el riesgo de constituirse en una de las respuestas artísticas mayores a nuestros tiempos maniqueos. Una vía láctea de esperanzas luminosas. Armoniosas pero paradójicas: una “escultura lumínica dinámica” para “la representación del infinito que une dos lados de un plano en uno”, en las palabras del autor. La referencia es al conocido artilugio “descubierto” por August Ferdinand Moebius (también por Johann Benedict Listing) en 1858: una banda, cuyos extremos se unen mediante un giro que la recompone como una superficie continua con una sola cara y un borde único. Una extensión enigmática, recorrible en su totalidad mediante un deslizamiento ininterrumpido.


Geometrías no euclídeas para las que en esta obra se revelan como álgebras post-boolianas. Y matemáticas transbinarias. Desafiar el hardware, por utilizar una frase interpretativa de Rodrigo Alonso, implica en realidad torsionarlo. Mediante procedimientos tan sencillos, sin embargo, como ciertos ejercicios escolares con cintas recortadas de papel.



Esquema gráfico de la cinta de Moebius


Topologías de gran pero elemental ingenio que Martín redimensiona en una estructura de dos metros para suspender en las alturas una secuencia programable de LEDs. Un soporte que la obscuridad torna casi invisible en tanto la mirada se deslumbra con las imágenes luminosas en movimiento sobre los dos lados aparentes de una sola superficie desembocada en sí misma. Como en un video sin fin, o en un plano-secuencia fílmico que se reinicia donde termina.


Como el propio sentido de esas secuencias cinéticas de íconos y vocablos opuestos. Antónimos que se transfiguran el uno en el otro, en positivo o en negativo, mediante el contraste de luces encendidas y apagadas: el astro radiante deviene en sol negro, el signo más en menos, el uno en cero. La palabra “sí” muta a “no”, “día” a “noche”, “adentro” a “afuera”, “comienzo” a “fin”…


Captura de pantalla del video Moebius Displayde Martín Bonadeo


“Us” a “them”. Importa aquí la polisemia que en los Estados Unidos adquiere esa última alternancia, al coincidir el vocablo inglés para “nosotros” con las siglas que dan nombre al país (U.S.). En inquietante cercanía, además, a la contraposición de “peace” y “war”.


Pero la trascendencia mayor no está en los mensajes puntuales sino en la dialéctica general de la superación, de la integración de los contrarios. Como lo explicita el propio video, “la pieza permite que dos ideas contradictorias, dos polos, dos opuestos, compartan el mismo espacio”. Y todo ello desde la paradoja de un despliegue tecnológico que es también una manifestación casi romántica. Moebius Display, recuerda el artífice, “tiene un lado obscuro como la luna y hay lugares del objeto que no se ven desde ningún lugar en la sala. Guarda un secreto”.


Un misterio. Más allá de sus fundamentos científicos y recursos tecnológicos, todo en esta cuidada propuesta empuja a una remoción espiritual de los sentidos, una anagogía. La elevación urdida para el forzamiento ascensional de la vista; la penumbra ambiental perturbada sólo por los destellos emitidos desde los paneles; la órbita pausada de esos desplazamientos lumínicos; su ambientación sonora con las músicas iniciáticas de Oliverio Duhalde y Sergei Grosny. Incluso sus proporciones todavía humanas (aunque se aspira a multiplicarlas por veinte). Y, sobre todo, la irradiación incandescente de las ambivalencias sígnicas que, convertidas en luz, se derraman sobre el cuerpo y la mirada del espectador. Sobre la circularidad de su retina.


Captura de pantalla del video Moebius Display de Martín Bonadeo


Y de allí al registro fotosensible de una inteligencia distinta. Una gnosis intuitiva de nuestra relación cambiante con el cosmos. Y de nuestra esencia genética en recombinación inminente. Algo en la experiencia de estas constelaciones despierta la asociación esotérica entre la cinta de Moebius y la serpiente mítica que al devorarse la cola emblematiza lo autosuficiente y lo eterno. Como en su representación más antigua, en la tumba de Tutankamón, donde completa un friso de jeroglíficos y simbologías esotéricas.



El ouroboro en su representación más antigua reconocida Tumba de Tutankamón. Museo Egipcio de El Cairo

En positivo y en negativo: portada de The Cosmic Serpent, de Jeremy Narby, uno de los varios libros que pretenden vincular la estructura helicoidal del ADNcon las visiones serpentiformes provocadas por los usos chamánicos del ayahuasca


El ouroboro, que algunos además relacionan a las tensiones helicoidales del ADN, cuyas semejanzas percibe la visión alucinógena del ayahuasca. A veces se vincula ese ícono con el símbolo del infinito (∞), diseñado en 1655 por el teólogo y matemático inglés John Wallis, sin explicaciones mayores. Tras el enigma de ese signo se ha querido ver una lemniscata, la versión horizontal del número ocho (8), la cifra que el sistema binario codifica como mil (1000), coincidente con cierta expresión romana para lo ilimitado y cuantioso. Pero también se ha interpretado aquel grafismo como un reloj de arena tendido: el tiempo detenido en el espacio fabricado para su fluir.


Un transcurrir también cósmico. Como el del analema, la curva rastreable en los cielos por las fotografías que capturan las variables posiciones del sol, registrado a lo largo del año en la misma hora y desde una misma ubicación… a veces tan sugestiva como la Catedral de Burgos y el Oráculo de Delfos. En realidad, al menos el primero de esos emplazamientos es un montaje declarado, pero para nuestros fines ello exacerba su interés comparativo, al desplazar lo específico de la mera imagen hacia el imaginario más vasto. La fantasía. Mística. Y espacial.


Analemas configurados sobre la Catedral de Burgos y el oráculo de Delfos. La primera locación es un montaje declarado de Jesús Peláez. La segunda es reivindicada como auténtica por Anthony Ayiomamitis.



La libido astral. Y terrígena, al mismo tiempo. El ouroboro, recuerda Carl Gustav Jung, es el arquetipo dramático de la integración y asimilación de los opuestos. La esencia primordial, seminal. La prima materia y su promesa de transubstanciación en una totalidad superior a la suma de las partes. Una organicidad nueva que en Moebius Display necesariamente incorpora y absorbe al espectador.


La obra aquí definitiva es la más inasible: la transformación, acaso fugaz, del alma que se abisma en la contemplación —artística, tecnológica, espiritual— de la dualidad desbordada.

Antes una intuición que una teofanía.


No la manifestación divina sino el atisbo de Dios.


Martín Bonadeo Moebius Display 2006. Instalación de paneles LED


Notas

* Este texto reproduce y enriquece fragmentos pertinentes de un ensayo anterior sobre la obra de Martín Bonadeo (Buntinx 2010).


Bibliografía citada

ALONSO, Rodrigo

2010 “’Temporada de subversiones: Desafiando al hardware”. En: Bonadeo 2010: 119-120.

BONADEO, Martín

2010 Alba mágica MMX. Buenos Aires: 2010.

BUNTINX, Gustavo

2010 “Contra el sistema binario”. En: Bonadeo 2010: 44-86.

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