J.E. Eielson, matriz dinámica: huellas/acciones/omisiones abre sus puertas en el Museo del Grabado del ICPNA y uno de sus co-curadores homenajea a nuestro artista total.
Escribe: Israel Tolentino
Cuando yo oigo hablar de Eielson
lo que siento es una extraordinaria ternura
Martha Canfield
La noche del 23 de mayo del 2002, la videoconferencia organizada por el Centro Fundación Telefónica del Perú selló la conexión espiritual con Jorge Eduardo Eielson (Lima, 1924 – Milán, 2006). Fue conmovedor esperarlo, llegar a tiempo para ese encuentro en una Lima donde somos ajenos a la puntualidad y le echamos la culpa al tráfico. Conocer de esa manera tecnológica a Jorge fue la experiencia artística, imborrable y atípica; asomarse con la máscara azul y responder: “sí, soy yo; en verdad estoy más aquí (señalando la máscara) que ahora…”. La sencillez con que hablaba a la mesa de académicos, las preguntas difíciles respondidas tranquilamente, revisadas hoy, confirman que JEE fue siempre un adelantado.
En esa década, el país ofrecía pocas emociones en el campo artístico (salvo la política, que nos mantiene al filo de la navaja), esa charla virtual fue crucial, al punto de tenerla como un encuentro de consulta, estudiable y museable. Entre tantos reproches para con Telefónica, ese evento, condona muchos sinsabores. Mejor no recordar.
De arranque llegó la pregunta que para nosotros tintineaba a debate: ¿Qué es la poesía escrita y qué es la poesía visual? Jorge Eduardo, calmado, habló: “No creo realmente que haya una diferencia radical, es una manera de decir mía esa de poesía escrita como ustedes saben, en realidad, se trata de poesía a secas, solamente yo le llamo escrita porque pretendo que la poesía no pueda ser solamente un hecho verbal, y por otro lado la poesía visual, sí es un hecho aparte que se distingue por el hecho de ponerle el acento al aspecto gráfico; eliminando el aspecto fónico, naturalmente la sintaxis y también el aspecto semántico; pero hay muchas maneras de hacer poesía visual y en algunos casos se confunde, como usted dice. No creo que haya que diferenciar demasiado estas dos formas de poesía”. Respuesta que, 22 años después, se ilumina como las constelaciones pintadas de blanco en la máscara con que esa noche aparecía.
Me alejé de Lima y del mundo del arte. En la pequeña mochila llevaba “poesía en forma de pájaro” y “no se trata de jugar tranquilamente”. Pasaron los años, bajando a Lima me topé con la retrospectiva Eielson, se realizaba en el MALI, pagué con emoción la entrada y me paré frente a cada obra, pensaba que nunca sería suficiente el tiempo; me acercaba a ver la trama de algunas superficies; a imaginar al artista recorriendo el pincel sobre el yute crudo, buscaba encontrar la huella de sus dedos en los campos atravesados por nudos, imaginaba al secreto personaje que le ayudaba con los nudos, el rastro de un lápiz en las criaturas Chancay; leer los rótulos e imaginar la obra viajando en tren o avión o barco.
Por fortuna, ese día cargaba una camarita Canon digital y venciendo el pudor (entre tanta vigilancia) me retraté con algunas obras, fotografié casi la totalidad de lo expuesto. En el siguiente viaje a Lima encontré el catálogo y cotejé cada fotografía con el archivo que viaja conmigo. Esa retrospectiva fue una sorpresa deseada, un regalo inesperado, aquello que te dice: estás en el lugar y momento exactos.
Pasaron los años, como dicen los que cuentan cuentos, llegué a Florencia y gracias al contacto de Héctor la Rosa me comuniqué con Martha Canfield; desde el primer instante empezamos un lindo recorrido, una amistad que le reconozco a Jorge Eduardo. Encontrarse entre sus calles y su ausencia. Florencia, con seguridad, debe ser uno de los pocos lugares fascinantes del mundo mundial, a J.E. Eielson le presentó la amistad, lucidez y cariño de Martha Canfield, heredera de su legado, quien para preservarlo funda el Centro Studi Jorge Eielson, entre el río y el Duomo de Brunelleschi. Yo, incrédulo espectador del mundo del arte, caminando en compañía de Martha, adentrándome al corazón físico de la obra del querido Jorge, como un viaje a Ithaca que, en vez de cerrarse, afirmaba el inicio de otro.
Los años continuaron sucediendo y el viaje interestelar, dos señales conjugan, uno: Eielson nacido en abril, mes de la poesía y dos: octubre, mes de los milagros. Desde esta primera semana de octubre se inaugura en el Museo del Grabado del ICPNA la exposición J.E.Eielson, matriz dinámica: huellas/acciones/omisiones co-curada con Rodrigo Vera. La muestra promete obra inédita, uno se encontrará con las icónicas esculturas subterráneas trabajadas en conjunto con Alex Ángeles con la indicación del Centro Eielson, así como podrá descubrir una nueva mirada con respecto a la versatilidad del pensamiento eielsoniano.
Artista consciente de todo lo que sucedía en su momento. Como escribe Rodrigo: “La idea ha sido ir un poco más allá del homenaje para iluminar aspectos no lo suficientemente explorados de su obra: el lugar de la serigrafía, la fotografía, la poesía sonora y visual, el arte conceptual, la intervención en cerámica y el vínculo afectivo e intelectual que mantuvo con Michele Mulas, del cual se exhibirá un conjunto importante de obras”. Fascinante encuentro.
Revelar en la obra de Eielson, el significado oportuno del valor del papel como soporte, medio y objeto en sí mismo. Tengo entre las manos un pedazo del universo en color celeste. “No escribo nada / que no esté escrito en el cielo / La noche entera palpita / De incandescentes palabras / Llamadas estrellas”. No hay motivo para no visitarla. “Extrañamente todos tenemos una luz / En la cabeza un corazón en el pecho / Y no nos damos cuenta”.
Museo del Grabado ICPNA
Avenida Javier Prado Este 4625
Hasta el 5 de enero del 2025
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