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  • Foto del escritorYamileth Latorre

Cósmicos y telúricos

Actualizado: 26 abr

Una excepcional representación peruana integrada por once artistas recala en la Bienal de Venecia, la máxima cita global del arte contemporáneo cuyo precepto «Extranjeros en todas partes» es un llamado a reconciliarnos históricamente con el inmigrante, el queer, el indígena. -Vocablo. acompaña a la delegación bicolor y su propuesta —no exenta de polémica— que rescata, proyecta, reivindica y actualiza la cosmovisión andina y amazónica y nuestro rico arte milenario mientras, sobre todo, descompone rancias creencias.


Escribe: Yamileth Latorre

 



Cosmic Traces. Roberto Huarcaya. Foto: Artishock

El arte de manufactura peruana brota de esa mano de obra milenaria, con un pulso que deja ver su dilatada historia de más de 12 mil años, riqueza deslumbrante, belleza inusitada y cerrado misterio en diálogo con el cosmos, deidades y raíces ancestrales. Ese arte que duele por las diferencias e injusticias, y a la vez alivia, conmueve, agita y cuestiona incluso las tradiciones acendradas, se exhibe hoy en la Bienal de Venecia, la más ambiciosa reunión del arte contemporáneo en el planeta que en su edición 60 ha convocado a 300 artistas y colectivos del orbe en torno a la recia propuesta: «Extranjeros en todas partes».

 

Nuestra representación peruana, en un suceso histórico, agrupa esta vez a once exponentes vigentes y clásicos, ya fallecidos los últimos, de costa, sierra y selva —a esta celebrada diversidad se suman las connacionales Sandra Gamarra, que representa a España, y Kay Zevallos, al Congo, con una polémica participación que incendia fronteras y descompone creencias—, quienes portan no solo el inmenso legado, sino y sobre todo sus proyecciones y divergencias en el contexto actual frente a cuestiones esenciales como la migración, la descolonización y la identidad.

 


Sandra Gamarra. Foto: Efeminista

«Aquí soy extranjero porque nadie me entiende», decía Ovidio, el poeta que habitó la Tierra justo antes de Cristo. Y ya en nuestros tiempos, Camus escribiría: «Nos hacemos siempre una idea exagerada de lo que no conocemos». ¿Quiénes somos entonces (como peruanos en el mundo, como seres frente al espejo: el otro)? ¿Somos comprendidos, aspiramos a serlo? ¿Nos (re)conocen? ¿Qué hacemos al vernos los unos a los otros, quizá inmigrantes, expatriados, diaspóricos, exiliados, refugiados, distintos en raza, religión, género, nacionalidad: nos contentamos, nos emocionamos, queremos abrazarnos, amar de grado o fuerza al que nos odia, o nos encendemos de ira y nos vienen unas ganas ubérrimas, políticas de salir corriendo, huyendo de nosotros mismos?

 

Las semillas de estas preguntas detonantes están intrínsecas en la idea central de Adriano Pedrosa (Brasil, 1965), el primer director artístico latinoamericano en la historia de la Bienal de Venecia, quien como nunca antes alguien hizo en esta cita global posa la mirada en el inmigrante, el queer, el indígena, y, en suma, el extranjero. «No importa dónde te encuentres —dice—, siempre eres verdaderamente, en lo más profundo de tu ser, un extranjero». Y esas fronteras físicas y mentales, con sus peligros y esperanzas, son atravesadas por la diversa delegación bicolor que se revela y rebela en arte pero también en activismo.

 

Bandera nacional

 

La naturaleza con su voz desnuda, ese grito antiguo, eterno —si la acción del hombre no cambia su sino destruyéndola por completo— y universal se impone en el pabellón del Perú en Venecia. Ahí, el artista Roberto Huarcaya (Lima, 1959) exhibe su ingente obra Cosmic Traces (Huellas cósmicas), con la participación del escultor Antonio Pareja y el fotógrafo y músico Mariano Zuzunaga, y la espléndida curaduría de Alejandro León Cannock. La obra de Huarcaya, duramente cuestionada en su momento por su elección para representarnos sobre otras presencias de calado andino y amazónico, se erige hoy en la bienal como una pieza maestra visual, un fotograma monumental de 30 metros acompañado por la escultura de una canoa, inmersos en una atmósfera sónica de piano especialmente compuesta para esta instalación.

 


Registro del pabellón peruano




Ya lejos de las encendidas polémicas, Cosmic Traces representa a la costa peruana de donde provienen Huarcaya y los artistas invitados. Pero también sostiene el estandarte de la Amazonía, pues el fotograma gigante de una palmera fue concebido en Tambopata. Ahí, en plena selva, de noche y en medio de una tormenta eléctrica, ocurrió lo maravilloso: emergió la imagen que nos concierne, revelada además con agua de río. «Solo fuimos unos humildes mediadores para que la naturaleza se hiciera un retrato», reconocería a principios de este año el autor en una entrevista exclusiva para -Vocablo. Este proyecto, finalmente, nos invita a nosotros, la humanidad en pleno, los extranjeros en todas partes, a reflexionar sobre nuestra relación con el cosmos.

 

Desobedientes y contemporáneos

 

La pugna natural de los artistas plásticos peruanos en las últimas décadas para conseguir un lugar privilegiado en la Bienal de Venecia se ha distendido porque en esta sexagésima edición hay espacio para más y novísimos exponentes. Así, en el Núcleo Contemporáneo, se ha instaurado una sección especial dedicada al archivo de la desobediencia, donde encaja perfectamente Violeta Quispe (Lima, 1989), artista y activista vinculada a las tradiciones andinas de la cultura quechua en la región de Ayacucho. Su obra desafía las convenciones de género, denuncia el conservadurismo cristiano y el imperialismo cultural, defiende los derechos LGBTQIAP+ y celebra a plenitud la cultura andina transmitida por sus padres. En Venecia presentó Ekeke sarhuinx, incluida en el catálogo de la bienal; El matrimonio de la chola; y Apus suyos: Wamaq queer pacha, ambas forman parte de la muestra principal del Arsenale.

 


Obra de Violeta Quispe

«Muchos elogiaron la fineza de los trazos en mi obra, lograda gracias a la pluma de ave, particular en la técnica de las tablas de Sarhua», le dijo a .Vocablo- a su retorno a Lima. Y, a pesar de ser la representante de la cosmovisión andina, es consciente de que rompe los cánones. «Yo provengo de un arte netamente tradicional, popular, andino, donde hay mucha historia, comunidad. Obviamente, mis propuestas no tienen mucho que ver con esa tradicionalidad. Pero la técnica pictórica conserva el estilo característico de las tablas de Sarhua con una visión distinta, contemporánea». Violeta, hija de artistas ayacuchanos que migraron a Lima, quiere sentar un precedente en la preservación de las tablas de Sarhua, mantener vivo el interés de las nuevas generaciones sobre este patrimonio artístico y evitar que se pierda o se mercantilice. «Es el arte por el cual mis padres lucharon. Yo siento que he llevado el esfuerzo de ellos a un espacio muy relevante, internacional», se enorgullece la heredera de Sarhua.

 

También en el corazón del espacio contemporáneo dispuesto por la Bienal de Venecia irrumpen dos profusos y bellos fenómenos de la cosmovisión amazónica, Santiago Yahuarcani (Pucaurquillo, 1960) y Rember Yahuarcani (Pebas, 1985), padre e hijo. El primero es pintor, escultor autodidacta y líder indígena de la nación uitoto, asentada en el norte de la Amazonía peruana. Su obra no solo reclama la presencia de los espíritus de la selva, sino también establece un diálogo con el convulso presente y cuestiona las narrativas coloniales. A través de sus pinturas —con pigmentos naturales sobre cortezas de árbol que él mismo prepara— y esculturas evidencia conciencia, memoria, inteligencia y afecto sin descarrilar en la ruta de sus ancestros y deidades que le revelan la sabiduría propia de los pueblos originarios largamente postergados. Por eso, Santiago denuncia el daño y saqueo de los bienes de la Amazonía: el agua, las plantas. «La Madre Tierra está sangrando, la Mamá Tierra está llorando. Sus lágrimas son como la resina de los árboles», es su llamado de atención.  

 



Rember Yahuarcani ha recibido de su padre no solo los conocimientos milenarios y esa legítima voz de defensa para con  los pueblos amazónicos y el planeta, sino también la devoción por el arte, al que considera un acto de fe regido por Fídoma, dios de la pintura. Es pintor, curador, escritor y activista. Su obra, de una impresionante calidad estética —que se enmarca en lo que él denomina arte indígena contemporáneo—, se alimenta de la mitología uitoto aunque bebe también del arte occidental. Ha creado portentosos paisajes líricos y oníricos poblados de seres fantásticos que invitan a sumergirse en los misterios de la selva amazónica. Su debut en la Bienal de Venecia es por demás auspicioso pues ha concitado la atención del mismísimo director de arte Adriano Pedrosa, quien lo ha incluido junto a su padre en su lista de preferencias.

 

Y la historia hablará

 

La impronta de artistas clásicos se hace más nítida en esta edición rupturista de la Bienal de Venecia que en su pabellón central ha reservado la sección Núcleo Histórico para revivir las obras de representantes clave de la pintura indigenista peruana y el arte precolombino. Ahí, la sala doble llamada Retratos incluye obras de 112 artistas del Sur Global, voces que quizá en su época fueron acalladas por las complejidades sociales y hoy retornan con verdadero ímpetu. Entre las figuras peruanas destacadas se encuentra Julia Codesido (1883-1979), pintora, grabadora, educadora y activista feminista. Es recordada por su exploración de la identidad peruana y su compromiso con el indigenismo. Su obra Vendedora ayacuchana (1927) refleja la estética y la sensibilidad de los Andes y se presenta por primera vez en la bienal.

 



También Venecia recupera el brillo de Elena Izcue (1888-1956), pionera de las artes decorativas indígenas y peruanas modernas con un trabajo que ha atraído en los últimos tiempos gran interés de Europa y Estados Unidos. Ha sido educadora, ilustradora, artista y diseñadora textil, y esta bienal destaca su importante rol en la formación de las artes visuales de la región con su lucha como mujer e indígena, extranjera en su propia tierra y época. Cierra esta lista histórica José Sabogal (1889-1970), una de las figuras más influyentes en la cultura peruana del siglo XX. Fue pintor, dibujante, grabador y arquitecto. Su obra refleja el imaginario colectivo del Perú y su compromiso con el indigenismo. Además, es recordado por su protesta contra la explotación del trabajo indígena en proyectos de construcción militar a través de pinturas como El recluta (1926).

 

Aparta de mí este cáliz

 

La pradera veneciana se ha encendido con la incursión de la artista peruanoespañola Sandra Gamarra (Lima, 1972) como maciza representante del pabellón de España, responsabilidad que por primera vez recae en una figura latinoamericana. De frágil apariencia y fortísimo talante ideológico, Gamarra, dueña del fuego, ha instalado no solo su Pinacoteca migrante —que se apropia y reinterpreta obras del patrimonio histórico español—, sino también la polémica. La valiente artista, quien ya ha representado al Perú en Venecia en 2009, revela y cuestiona mediante su investigación pictórica las representaciones sesgadas de colonizadores y colonizados que yacen en los museos de España, esas grandes heridas en la historia que pocas veces como ahora se oxigenan a la luz.

 


Pinacoteca Migrante. Sandra Gamarra. Foto: Portal de la Bienal de Venecia

En su historia, artista extranjera al fin, Gamarra ha sido prohibida de incluir las palabras ‘racismo’ y ‘restitución’, y con ese infame tapabocas habla hoy —más fuerte, más claro, más lejos— todavía para quienes quieran (y no quieran) escuchar. «España no reconoce el dolor que ha originado», diría hace algún tiempo en un intento de reponerse de la censura, palabras que hoy se oyen como un eco. En la lista de artistas peruanos en Venecia figura también Kay Zevallos, peruana que representa al Congo en esta máxima cita mundial, según un boletín oficial de la Cancillería nacional.

 

.Vocablo- felicita y agradece a la excepcional representación peruana en la Bienal de Venecia 2024, que abre sus puertas hasta el 24 de noviembre. La cosmovisión andina y amazónica, la fuerza de la naturaleza, las antiguas fracturas sociales y los modos de ser y estar en un mundo que desvía la mirada frente a la violencia, las injusticias y la opresión son los ejes sobre los que gira la participación bicolor. Sus voces, de vigor ético y estético, son también las nuestras. Gracias, Roberto Huarcaya, Santiago Yahuarcani, Rember Yahuarcani, Violeta Quispe, Antonio Pareja, Mariano Zuzunaga, Julia Codesido, Elena Izcue, José Sabogal, Sandra Gamarra y Kay Zevallos, extranjeros en todas partes.

 

 

Con investigación de: Leyla Aboudayeh

 

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