He aquí una puntillosa inmersión en las profundidades delicadamente azules de Donde duerme el arco iris, la muestra más reciente de Percy Lenin García (Lima, 1973), que actualmente expone en Casa Fugaz de Monumental Callao.
Escribe: Carlos León-Xjimenez
Las atmósferas creadas por los paisajes pintados por Percy García parecen invitar a una calma laxa que seduce desde la aparente suavidad de las gamas azules empleadas. Las modulaciones y valoraciones tonales de la aparente monocromía elegida organizan la composición desde una factura que contrapone mancha y dibujo confrontando figuración y cierta abstracción, como si la propuesta fuese solo la obertura de una sinfonía pendiente pero ya delineada: una escenificación en la que algo va a acontecer (o debe suceder). García explicita “En la calma del paisaje, hay algo que me asfixia… por ello busco un contraste o algo que genere movimiento”.
Esa voluntad escenográfica influye en la búsqueda de referentes en los que situar la “trama” o “guión” de la historia. Así, las composiciones nos plantean ecos a los paisajes de la tradición tanto barroca como romántica, pero también a la fotografía de registro etnográfico, en la que debemos aguzar la vista para percibir las narrativas presentes tanto en primer plano como en los de fondo.
Si bien estamos hablando de paisaje, García trabaja desde un referente heredero de una aún más larga y compleja historia, la que ha llegado a muchos desde su versión más degradada, banal y hasta decorativa (y siempre masiva): la porcelana azul sobre fondo blanco. Si bien su origen se presume en el territorio del actual Irak en el siglo IX, el estilo se perfecciona y amplia en China del siglo XVI y luego fabricada para la exportación fue llevada a Europa por portugueses y, sobre todo, holandeses, quienes posteriormente copian la técnica (la conocida cerámica y azul de Delft). Así se produce desde Europa abaratando costos.
En un principio artículo de lujo, la industrialización y su adaptación a cerámica escultórica —progresivamente más popular en sus motivos— la van a convertir en un motivo muy copiado, llegando a la masificación como producción decorativa industrial durante el siglo XX —piénsese en la situación extrema desde el caso del souvenir de aeropuerto— y con ello su devaluación como kitsch (mal gusto).
En la obra de Percy García encontramos un aparente filo camp (que implica una simpatía por lo ajeno y por el pasado) desde una cierta ingenuidad, voluntad de dandismo (búsqueda de nuevas experiencias) y el interés en lo excéntrico, pero con voluntad seria. García recurre al imaginario cultural masivo desde la memoria doméstica hogareña (desde la vajilla y mantelería) hasta de la decoración de supuesto buen gusto propio de décadas anteriores, pero que en su “adaptación” al medio local no europeo incurre en reproducir iconografías (que más bien claman por estereotipos) de lo bello-romántico-idealizado (y su ideal aristocrático blanco), que remiten desde su desfase tempo-espacial a ideales estéticos de sectores sociales aspiracionales) en pro de movilidad social: por ello plenos de ideales estéticos copiados pero no digeridos.
En suma, anacrónicos para el siglo XXI y más bien nostálgicos de algo ajeno: peor aún para un caso como el peruano en su condición de ex colonia que, aún luego de 200 años de independencia, arrastra una herencia colonial estructural plagada de segregación étnica, racismo y clasismo que marcan al país en términos del politólogo liberal Alberto Vergara como una “república sin ciudadanos” en la que el ideal de belleza y realización social está todavía anclado en “lo blanco”.
Esta compleja producción que nos presenta García es contemporánea de un momento histórico del siglo XXI en el que las reivindicaciones indígenas y los movimientos decoloniales exigen derrocar el hegemónico canon europeo (que sigue siendo el modelo ordenador del gusto en el mundo desde la invención de América en 1492) por una perspectiva que valore la diversidad y la diferencia de la otredad. Una apuesta libertaria que nos acerque verdaderamente a los valores “modernos” de libertad, igualdad y fraternidad proclamados por la Revolución Francesa de 1789. Valores ahora percibidos como utópicos, cuando la hiperrealidad dada por los medios de comunicación nos expone a las contradicciones más atroces jamás imaginadas.
Pero deteniéndonos en la obra presentada, estamos ante una propuesta que, desde la reapropiación y remezcla de referentes, comenta silenciosamente y de forma tangencial sobre la decoración hogareña acumuladora de bibelots (pequeñas figuras de adorno). Y ese silencio, como la aparente calma de un paisaje (que comentamos líneas atrás), constituye solo una forma de mirar aprendida por una tradición antropocéntrica que pretende “dominar” el paisaje (pensemos en el pensamiento evolucionista de Darwin en sintonía con los valores de la revolución industrial del siglo XIX, y el colonialismo europeo en su mayor esplendor).
Todo ello cuando sabemos que independientemente del observador pasan muchas cosas. Los humanos no somos los únicos artífices del mundo, pero quizá los que se creen con derecho a alterar todo según conveniencia.
Es en esa teatralidad que el autor “congela” una dinámica para plantearnos el desafío de rastrear las narrativas en curso presentes en la superficie pictórica. Superficie, además, afectada por un material propio de las industrias de las manualidades y del bricolaje decorativo doméstico: la pasta de cerámica en frío. La meta referencialidad de esta obra (a la cerámica vidriada decorativa de los “adornos”), tanto a los materiales como a las tradiciones citadas nos permite entrar en una profundidad de campo que reclama perspectivas de lectura simultáneas ante los distintos códigos planteados en paralelo, pero también en fricción.
Aquí se requiere un lubricado manejo de historia del arte para navegar la obra de García, entendiendo las rutas y guiños (dis)puestos. Así, las composiciones nos parecen conocidas, pero atendiendo a los detalles, entendemos que se trata de otra cosa, y que estas imágenes invitan también a espacios posibles donde perdernos o encontrarnos con un yo pendiente.
Esa aparente sutileza planteada (nuevamente, desde ese paisaje bucólico o “de estampa”) esconde un drama latente, que se insinúa pronto a aparecer. El artista reclama entrar en los códigos de la pintura desde la composición y la iconografía planteada, pero también nos sugiere la pintura como espacio de situación suspendida: un limbo. Un cierto desenfoque que no nos permite entender exactamente qué sucede.
Las alegorías y referentes a mitologías, como también mitos, cuentos y leyendas, nos devuelven al territorio del bosque y la selva como escenario de naturaleza no domesticada: lo no urbano, lo étnico otro y sus máscaras, dónde lo humano se reencuentra con su condición mamífera animal e, incluso, transfigurándose en seres zoomorfos de variada índole. Aquí lo místico, los vínculos inter-especies y lo inesperado no regulado: la negociación del deseo de forma anónima, fugaz y bestial, física y espiritual, dónde lo corpóreo y lo animado se entremezclan negociando un presente inmediato plausible pleno de distorsión, pero coherente en su ley.
Fábulas y leyendas que defienden su esencia pedagógica ruda, como cuando fueron narradas por primera vez a un grupo alrededor de un fuego, siglos atrás; y mucho antes de la edulcoración infantilizante llevada a cabo por las industrias Disney del entretenimiento desde esa máquina de ensueños disciplinadores (y modeladores) que es el cine.
Se desprende una nostalgia por lo perdido… ¿Acaso el mítico Edén de las religiones monoteístas del cristianismo, judaísmo e islam como un retorno a un origen menos complicado que la vida que llevamos? En todo caso, una insatisfacción con lo conocido y una búsqueda de nuevas experiencias trascendentales para renegociar el aquí y ahora. No perdemos de vista que esta obra —en su aparente desenfoque y decidido difuminado escogido— pareciese avizorar además una progresiva desaparición, como haciendo un discreto eco al actual proceso de extinción masiva de especies en paralelo al cambio climático planetario en curso. En su lírica, García nos ofrece un océano infinito de azules variables, de calmos unos, pasando a agitados y también a tormentosos otros… siempre inesperados y con enigmas que exigen atención y complicidad.
Lugar: Casa Fugaz de Monumental Callao
Dirección: Jr. Constitución 250, Callao
Horario: Martes a domingo de 11 am a 6 pm.
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